jueves, 22 de octubre de 2015

La leyenda de "La llorona"



De los campos a las ciudades emigran muchas jovencitas en busca de cumplir sus anhelados sueños, terminar sus estudios y de tener mejores trajes y dinero para ayudar a sus familias.

Esta muchacha como muchas otras llegó a la ciudad y se empleo en casa de ricos. Al poco tiempo se enamoró del hijo de su patrona resultando embarazada. Por tal motivo recibió inevitablemente el cruel despido de su labor como sirvienta.

No habiendo más que hacer, regresó a su casa escondiendo su hijo bajo el delantal. Como era de esperar no pudo eludir por mucho tiempo aquel secreto. Su familia, apegada al cristianismo, comenzó a recriminar su error a todas horas, creándole gran angustia.

Una noche bajo una gran lluvia corrió hacia el río y lanzó a su pequeño en aguas profundas. Al ver lo que había hecho se arrojó detrás gritando y llorando desconsoladamente.

Todavía en noches de luna, después de una creciente, se oye el llanto de esta mujer. Que se puede ver tratando de alcanzar a su hijo tras la claridad que produce la luz de la luna al reflejarse en el agua del río.

Dicen que el señor en su gran misericordia tendrá compasión de ella y que algún día lo encontrará, volverá a la vida y será un gran hombre revolucionario de la sociedad.


La Llorona Versión 2

En las altas horas de la noche, cuando todo parece dormido y sólo se escuchan los gritos rudos con que los boyeros avivan la marcha lenta de sus animales, dicen los campesinos que allá, por el río, alejándose y acercándose con intervalos, deteniéndose en los frescos remansos que sirven de aguada a los bueyes y caballos de las cercanías, una voz lastimera llama la atención de los viajeros.

Es una voz de mujer que solloza, que vaga por los márgenes del río buscando algo, algo que ha perdido y que no hallará jamás. Atemoriza a los chicuelos que han oído, contada por los labios marchitos de la abuela, la historia enternecedora de aquella mujer que vive en los potreros, interrumpiendo el silencio de la noche con su gemido eterno.

Era una pobre campesina cuya adolescencia se había deslizado en medio de la tranquilidad escuchando con agrado los pajarillos que se columpiaban alegres en las ramas de los higuerones. Abandonaba su lecho cuando el canto del gallo anunciaba la aurora, y se dirigía hacia el río a traer agua con sus tinajas de barro, despertando, al pasar, a las vacas que descansaban en el camino.

Era feliz amando la naturaleza; pero una vez que llegó a la hacienda de la familia del patrón en la época de verano, la hermosa campesina pudo observar el lujo y la coquetería de las señoritas que venían de San José. Hizo la comparación entre los encantos de aquellas mujeres y los suyos; vio que su cuerpo era tan cimbreante como el de ellas, que poseían una bonita cara, una sonrisa trastornadora, y se dedicó a imitarlas.

Como era hacendosa, la patrona la tomó a su servicio, y la trajo a la capital donde, al poco tiempo, fue corrompida por sus compañeras con los grandes vicios que se tienen en aquellos lugares, y el grado de libertinaje en el que son absorbidas por las metrópolis. Fue seducida por un jovencito de esos que en los salones se dan tono con su cultura y que, con frecuencia, amanecen completamente ebrios en las casas de tolerancia. Cuando sintió que iba a ser madre, se retiró “de la capital y volvió a la casa paterna. A escondidas de su familia dio a luz a una preciosa niña que arrojó enseguida en las aguas profundas del rió, en un momento de incapacidad y temor a enfrentar a un padre o a una sociedad prejuiciosa. Después se volvió loca y, según los campesinos, el arrepentimiento la hace vagar ahora por las orillas de los riachuelos buscando siempre el cadáver de su hija que no volverá a encontrar.

Esta triste leyenda que, día a día la vemos con más frecuencia que ayer, debido al crecimiento de la sociedad, de que ya no son los ríos, sino las letrinas y tanques sépticos donde el respeto por la vida ha pasado a otro plano, nos lleva a pensar que estamos obligados a educar más a nuestros hijos e hijas, para evitar lamentarnos y ser más consecuentes con lo que nos rodea.

De entonces acá, oye el viajero a la orilla de los ríos, cuando en callada noche atraviesa el bosque, aves quejumbrosos, desgarradores y terribles que paralizan la sangre. Es la Llorona que busca a su hija…


La Llorona versión 3

Se cuenta que existió una mujer indígena que tenía un romance con un caballero español, la relación se consumó dando como fruto tres bellos hijos, los cuales la madre cuidaba de forma devota, por su gran adoración.

Los días seguían corriendo, entre mentiras y sombras, la pareja se mantenía escondida de los demás para disfrutar de su vinculo. La mujer viendo la necesidad de sus hijos por un Padre de tiempo completo comienza a pedir que la relación sea formalizada, el caballero la esquivaba en cada ocasión, quizás por temor al qué dirán, siendo él un miembro de la sociedad en sus más altos niveles. Pensaba mucho en la opinión de los demás y aquel nexo con una indígena podría afectarle demasiado su estatus.

Un tiempo después, tras la insistencia de la mujer y la negación del caballero, el hombre la deja para casarse con una dama española de la alta sociedad. La Indígena al enterarse, dolida por la traición y el engaño, tomó a sus tres hijos, llevándolos a orillas del rió, y abrazándolos fuertemente con el profundo amor que les profesaba los hundió en el hasta ahogarlos en acto de total desesperación. Para después terminar con su propia vida al no poder soportar la culpa de las acciones cometidas.

Desde ese día, se escucha, en el lago donde todo ocurrió (Texococo), el lamento lleno de dolor de la pobre mujer. Quienes miren por la ventana, cerca de la playa mayor, verán una mujer vestida enteramente de blanco, delgada, clamando por sus niños y esfumándose de repente.


ANALIZANDO EL MITO

Consumada la conquista y poco más o menos a mediados del siglo XVI, los vecinos de la ciudad de México se reunían en sus casas por el toque de queda, avisado por las campanas de la primera Catedral; a media noche y principalmente cuando había luna, despertaban espantados al oír en la calle, tristes y prolongadisimos gemidos, lanzados por una mujer a quien afligía, sin duda, profunda pena moral o tremendo dolor físico.

Las primeras noches, los vecinos se resignaban a santiguarse por el temor que les causaban aquellos lúgubres gemidos, que según ellos, pertenecían un alma del otro mundo; pero fueron tantos y tan repetidos y se prolongaron por tanto tiempo, que algunos osados quisieron cerciorarse con sus propios ojos de qué se trataba aquello; y primero, desde las puertas entornadas, las ventanas o balcones, y posteriormente atreviéndose a salir a las calles, lograron ver a la que, en el silencio de las oscuras noches o en aquellas en que la luz pálida de la luna caía como un manto vaporoso lanzaba agudos y agónicos gemidos. Vestía la mujer un traje blanco y un espeso velo cubría su rostro. Con lentos y callados pasos recorría muchas calles de la ciudad. Cada noche tomaba distintos caminos, pero siempre pasaba por la Plaza Mayor (hoy conocida como el Zocalo de la Capital), donde se detenía e hincada de rodillas, daba el último angustioso y languidísimo lamento en dirección al Oriente; para luego continuar a paso lento y pausado hacia el lago y al llegar a sus orillas, que en ese tiempo penetraba dentro de algunos barrios, como una sombra se desvanecía entre sus aguas.

"La hora avanzada de la noche, - dice el Dr. José María Marroquí- el silencio y la soledad de las calles y plazas, el traje, el aire, el pausado andar de aquella mujer misteriosa y, sobre todo, lo penetrante, agudo y prolongado de su gemido, que daba siempre cayendo en tierra de rodillas, formaba un conjunto que aterrorizaba a cuantos la veían y oían, y no pocos de los conquistadores valerosos y esforzados, quedaban en presencia de aquella mujer, mudos, pálidos y fríos, como si de mármol se tratasen. Los más animosos apenas se atrevían a seguirla a larga distancia, aprovechando la claridad de la luna, sin lograr otra cosa más que verla desaparecer concluyendo su recorrido, como si se sumergiera entre las aguas, y no pudiéndose averiguar más de ella. Ignorándose quién era, de dónde venía y a dónde iba, se le dio el nombre de La Llorona."


El Origen de la Llorona

El antecedente mas conocido de la leyenda de la llorona tiene sus raíces en la mitología Azteca. Una versión sostiene que es la diosa azteca Chihuacóatl, protectora de la raza. Cuentan que antes de la conquista española, una figura femenina vestida de blanco comenzó a aparecer regularmente sobre las aguas del lago de Texcoco y a vagar por las colinas aterrorizando a los habitantes del gran Tenochtitlán.

"Ay, mis hijos, ¿dónde los llevaré para que escapen tan funesto destino?", se lamentaba.

Un grupo de sacerdotes decidió consultar viejos augurios. Los antiguos advirtieron que la diosa Chihuacóalt aparecería para anunciar la caída del imperio azteca a manos de hombres procedentes de Oriente. La aparición constituía el sexto presagio del fin de la civilización.

Con la llegada de los españoles al Continente Americano, y una vez consumada la conquista de Tenochtitlan, sede del Imperio Azteca, años mas tarde y después de que murió Doña Marina, mejor conocida como la "Malinche" (joven azteca que se convirtió en amante del conquistador español Hernán Cortés), se decía que esta era la llorona, la que venía a penar del otro mundo por haber traicionado a los indios de su raza, ayudando a los extranjeros para que los sometieran.


Las "Otras" Lloronas

-Esta leyenda se extendió a otros lugares del país, manifestándose de diversas maneras. En algunos pueblos se decía que la llorona era una joven enamorada que había muerto en vísperas de la boda y traía al novio la corona de rosas blancas que nunca utilizó.

-En otras partes, se creía que era una madre que venía a llorarle a sus hijos huérfanos.

-Algunos afirman que es una mujer que ahogó a uno de sus hijos y por la noche lo busca a lo largo de los riachuelos o quebradas, exhalando prolongados lamentos.

-Otra descripción de la llorona es la siguiente:
Mujer de figura desagradable, alta y desmelenada, de vestido largo y rostro cadavérico. Con sus largos brazos sostiene a un niño muerto. Pasa la noche llorando, sembrando con sus sollozos lastimeros, el terror en los campos, aldeas, y aún en las ciudades.

Se hace referencia a este personaje acorde con la tradición oral, donde se le define como una madre soltera que decidió no tener a su hijo y por eso aborta, acarreándole esto el castigo de escuchar permanentemente el llanto de su niño. Esta condena la desesperó y la obligó a deambular por el mundo sin encontrar sosiego, llorando, gimiendo e indagando por el paradero de su malogrado hijo.


FUENTE DE INFORMACIÓN:
-escalofrio.com (ir a su artículo para consultar específicamente sus fuentes).
-mitosyleyendascr.com Relato realizado por: Don Concepción Azofeifa.
-leyendadeterror.com/


1 comentarios:

Anónimo dijo...

me asusta

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